Antes de que el
Sol deje el signo de Tauro, y coincidiendo con esta época en la que todos
estamos presentando nuestras declaración de la renta a hacienda (Escorpio),
podemos cuestionarnos acerca del valor del dinero, que es lo que gobierna este
signo y su regente Venus, y lo que en realidad puede o pudiera aportarnos,
yendo más allá de lo necesario para vivir con holgura y dignidad.
Porque, en
realidad, la riqueza tiene sus trampas, y hay quienes desean liberarse de sus
cadenas aún a costa de ser señalados por el mundo como “locos”. Si no te lo
crees, he aquí una historia, seguramente poco común, a modo de ejemplo.
A pocos se nos
ocurriría que el psicólogo al que acudimos nos instale confortablemente en un
diván que puede subir, subir y subir. Una imagen que no concuerda con lo que,
precisamente, se supone que ocurre durante un psicoanálisis: descender al
inconsciente y bucear en él para encontrar la clave de la salvación y la
curación. Pero es que se trata de encontrar las causas de una posible “locura”
en los elevados ideales que inspiran a una bella viuda que pretende legar su
fortuna a la Hacienda
Pública …
Louisa es hija
de una ambiciosa mujer (aunque la boca materna predique lo contrario) y los
hechos confirman la controversia, pero precisamente porque va creciendo y
viendo lo que provoca en su familia este ansia de dinero y poder de la madre.
Louisa siente un muy especial rechazo por el “vil metal” y por las personas que
lo poseen. Todo su interés es el amor, en una actitud de compensación por el
que faltó en su casa.
Así comienza la
película Ella y sus maridos, estrenada en 1964, y que protagoniza
Shirley MacLaine, en el papel de Louisa Foster, junto a otros magníficos
actores. Tenemos por ejemplo al simpático y entrañable Dean Martin en el papel
de Leonard Crawley, hijo del magnate de la pequeña localidad donde reside
Louisa, y al que asombra ver encarnar este papel de galán maligno que desea
casarse con Louisa no por amor, sino precisamente porque ella es la única
muchacha de la localidad que no desea ni su dinero ni su posición.
A pesar de que
esta película se nos presenta estructurada en una puesta en escena poco común,
muy innovadora y original, con unos escenarios magníficos en cuanto a su
creación y color, sin olvidarnos del fastuoso y lujoso vestuario, no deja de
ser una comedia romántica que nos expone cómo el exceso de codicia y la
necesidad de poder deshumanizan precisamente a un ser humano, privándole de su
dignidad y del gozo, y lo peor, nos lo presentan en situaciones patéticas que
realmente hacen sentir vergüenza ajena, sobre todo en contraste con la nobleza
y la sinceridad del personaje de Louisa.
Dick Van Dyke,
en el papel de Edgar Hopper, aparece en escena como el polo opuesto a Leonard.
No tiene ningún interés por hacer dinero ni por conservarlo, vive en su humilde
“finca rural” pescando mientras lee a Thoreau. Precisamente en uno de esos
días, reposando en su barquita mientras lee y esperando que algún pez pique el
anzuelo de su caña, pescará también a la bella sirena que es Louisa, quien a su
pesar será testigo de la gran transformación que sufre este personaje con quien
tan sólo deseaba compartir una sencilla pero plena vida de amor romántico.
“Nuestras
vidas se desperdician por los detalles, pequeños detalles, pequeños”. (Henry David Thoreau).
Esto es algo que
no debió olvidar Dick porque se lanzará hacia una carrera loca en pos de dinero
y poder, hasta sustituir a los Crawley y hacerse con el control de la ciudad, y
mucho más allá. Y Louisa se encuentra con la soledad, con lujos muy solitarios,
ya que en realidad su marido se termina enamorando profundamente de sus
ambiciones y sólo vive y muere para las mismas.
Louisa conocerá
más tarde a Paul Newman, en el papel de Larry, un extravagante pintor entregado
al arte por el arte, a la inspiración interior desde la creatividad por el puro
placer de permitir el estallido poético, y con quien consigue vivir
maravillosamente en una barcaza en el Sena durante algún tiempo. Hasta que un día
Louisa, como le ocurrirá posteriormente en otras ocasiones, tiene una de sus
inocentes y frescas ideas: lo que puede cambiar una vida escuchar un disco de
vinilo. Porque las tentaciones –¡ay, las tentaciones!–, los delirios de
grandeza que pueden surgir, son capaces de propulsar a los grandes genios hacia
la perdición, hacia el tormento que produce la llama del deseo de poseer y
tener más y más hasta ser consumido por ella.
“Una bruja
que desea desprenderse de su fortuna”, así prosigue Louisa relatando al
psicólogo, papel protagonizado por Robert Cummings, sus aventuras, porque aún
hay más. Conoció posteriormente a Rod Anderson, papel protagonizado por Robert
Mitchum, quien parecía prometer felicidad puesto que ya tenía mucho dinero y
poder, así que no tenía por qué ir a buscarlo. Pero, ay, los estragos que puede
provocar el alcohol. Dejo que descubráis como un toro puede destruir un hogar
tras unas copas de más.
Y como la vida
sigue y la música y el baile aportan un toque mágico, Louisa conoce a Pinky Benson,
papel protagonizado por Gene Kelly, un artista que disfruta mucho desde hace
años con su monótono trabajo. Hasta que un día –de nuevo a partir de una
sugerencia de Louisa– aparece en escena sin disfraz, tal cual.
“Cuatro
matrimonios por amor y un hombre al que odiaba…”
Este
empieza a ser el discurso del psicoanalista pero queda interrumpido por su
impulsivo deseo de proponerle el matrimonio a Louisa. Sin embargo, nuestra
sincera y noble Louisa no duda en rechazarle, puesto que no está enamorada de
él en absouto. Los cálculos del psicoanalista no van bien, no contaba con el
amor, así que desconecta de la realidad, para nuestro asombro, claro. Y aparece
de nuevo en escena el transformado Leonard-Dean Martin, quien ahora trabaja de
portero y en cierto modo de guardaespaldas del psicólogo. Louisa le pide perdón
por haber arruinado su vida años atrás, sin quererlo, a través de su primer
marido, pero Leonard no vive compungido por ello, ni mucho menos:
“Cuando lo
perdí todo, empecé a vivir”, le dirá Leonard a Louisa. Porque Thoreau de
nuevo guía los pasos del amor idealista que conduce a la verdadera felicidad y
armonía:
“Simplificar”.
Tal vez esta
clave resulta de nuevo ser muy importante en nuestros tiempos actuales:
Simplificar. En 1964, Júpiter estaba en el signo de Tauro, como lo está aún
ahora en el 2012, y Urano y Plutón se encontraban en el signo de Virgo, en
conjunción. Actualmente se encuentran en cuadratura, desde Capricornio y Aries.
Una vez más, estos cambios (Urano) y transformaciones (Plutón) nos están
queriendo traer a la conciencia de los hombres nuevas pistas que nos ayuden a
conseguir realizar nuestra más importante vocación: ser humanos. Y como seres
humanos hemos de recordar que todo lo que nos desvíe de unirnos con el
propósito de construir un mundo solidario para todos nos conduce cíclicamente a
situaciones tensas en las que hemos de plantearnos cómo renovar y cambiar las
estructuras. Y es mejor hacerlo con conciencia y organizadamente que de manera
impulsiva y radical, mejor con tiempo para reorientarnos de nuevo desde los más
altos ideales que, puestos en acción por un número cada vez mayor de personas,
conducirán al planeta a la armonía. Está en nuestras manos. El futuro lo
escribimos entre todos. Y no dejamos de tener ayudas, inspiraciones y
oportunidades. Siempre es preferible ser protagonistas activos, cada cual a su
manera y según su propio destino.
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