Cuando
empecé a ver la película La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a Hot Tin
Roof), dirigida por Richard Brooks en 1958, nunca llegué a pensar que dicha
película constituyera una representación de un proceso de sanación y liberación
a modo de constelación familiar.
Genial
interpretación de todos los actores, magnífico guión y dirección. Una obra de
Tennessee Williams que en pantalla ofrece a los sentidos el disfrute de los
decorados, de la puesta en escena y de la presencia de estos intérpretes que se
sumergen intensamente en sus complejos personajes con tanta soltura y
dedicación.
Sin
haber leído previamente ninguna crítica,
ni siquiera el guión, que me predispusiera a tener ideas y prejuicios en cuanto
a su contenido y personajes, me sumergí en las primeras escenas que,
inevitablemente, despertaron mi espíritu de investigación psicológica: ¿por qué
el personaje interpretado por Paul Newman (Brick) está sumergido en el
alcoholismo? ¿Por qué no puede ser feliz con su linda pareja Maggie (Liz
Taylor), que además no carece de inteligencia emocional y que se muestra
comprensiva y enamorada? ¿Por qué tanta desgracia? ¿Por qué se refugia en la
botella y se evade con el alcohol?
Pero
aparecen otros personajes con múltiples síntomas también de dependencia, como
es el padre de Brick (Burl Ives), adicto al dinero y al poder, a generar
riqueza y tener poder, siendo consciente del juego que ello entraña:
desenvolverse en un mundo de mentiras, de hipocresía, de intereses en el cual
es necesario adaptarse y sobrevivir demostrando ser el más fuerte, el más
hábil, el más astuto. Pues lo importante es tener dinero, mucho dinero y poder.
Sin embargo, parece que la proximidad de su hijo Brick, tanto para el padre
como para la madre del mismo, junto con su pareja, son dos energías
irresistibles, es una atracción inevitable que no consigue dispersar las
atenciones que prodigan su otro hijo, Gooper, y su esposa. Como siempre, la luz
consigue engullir a las tinieblas, no para destruirlas con saña, sino para
transformarlas también en luminosidad y gozo.
Al
fin y al cabo, la madre de Brick ha sido una adicta a las compras, acumulando
objetos inservibles que terminan en un sótano absorbiendo polvo y olvido. Con
los objetos encuentra una especie de refugio también respecto a la dureza y el
vacío que encuentra en la convivencia con su esposo. Por su parte, el padre de
Brick es adicto a su insaciable sed de dinero y poder, mientras que el hermano
y su esposa se muestran serviciales y
complacientes sólo por el interés de heredar. Todos interpretan un papel y
ninguno de estos personajes expresa realmente su verdad interior. Pero Brick es
el chivo expiatorio de la familia, la oveja negra, es quien carga con los
complejos y traumas de todos, se convierte en el inútil de la familia, ya que a
él no le interesan ni el dinero ni el poder, sólo desea “desconectar”. ¿Pero
qué aflige realmente a Brick? Se nos desvela tras su adicción una muerte lenta
que se autoinflige, como castigo, por haber desconfiado en una ocasión y haber
fallado a su mejor amigo, quien en realidad era débil y se apoyaba únicamente
en su fuerza (también otro personaje dependiente). Un amigo que era muy
importante para Brick, mucho más importante que el padre, que sólo se cuidó de
proporcionarle “cosas” y dinero (las cosas no lo son todo, como le dice al
padre, quien no comprende por qué su hijo le rechaza y se aleja de él, que
puede dárselo todo). Será en el sótano de la casa, un lugar asociado a la
energía de Escorpio, donde se producen las mayores confesiones y liberaciones
de esa noche de tormenta en que las aguas limpian y purifican emociones y
sentimientos enterrados en lo más profundo de muchos de estos personajes.
Brick conseguirá perdonarse y abrirse a
la verdad que Maggie intentaba comunicarle. Su padre conseguirá abrirse al amor
de su esposa, que a pesar de todo está a su lado siempre, soportando su mal
carácter. El hermano reconoce que se presta a los juegos de manipulación que su
esposa le sugiere, cegado también por las ambiciones materiales. Y el padre de
Brick destapa su baúl de los recuerdos, permitiendo al espíritu de su propio
padre ayudarle a abrir el corazón, un padre que no supo proporcionarle un
mínimo de bienestar material, un vagabundo, un sin techo, un marginado, un inadaptado
en extremo, pero que siempre mantuvo a su hijo cerca, a su lado, dándole lo que
tenía por poco que fuera, y lo más grande, su cariño. Esa fue su herencia, este
es el momento de la verdad, de volver a las raíces, a los antepasados, como
significa la casa IV en Astrología y el signo de Cáncer. Una herencia –volvemos
a temas de Escorpio y a la casa VIII como fundamento de la película– que nunca
reconoció mientras a lo largo de su vida escalaba las cimas del estatus social,
del renombre instigado por sus deseos de vanidad, de engrandecimiento y de
codicia. Dicha carrera le hizo perder el interés por las personas, por lo que
son, por sí mismas, en cuanto a los miembros de su familia y respecto a sus empleados. Y todo ello sin
haber disfrutado ni sentido alegría de vivir, como reconoce en estos momentos
en los que el dolor y la muerte le atenazan.
En
la verdad, en la sinceridad, afrontando los fantasmas interiores de los miedos
más profundos, se produce la apertura de corazón, que es la salvación, lo que
nos regenera, nos renueva y nos redime, permitiéndonos renacer, avanzar y
evolucionar como Seres Humanos.
Final
magistral. Ahora sí se puede manifestar la vida latente, desde y en la verdad,
en la autenticidad, con gozo y alegría para expansionarse, la que siempre
estuvo ahí esperando ser liberada.
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