Sin duda alguna Hamlet es un personaje que el dramaturgo
y poeta inglés William Shakespeare ha inmortalizado allá por 1601, seguramente
sin habérselo propuesto, pero siglos más tarde sigue presente esta obra en
nuestros días y culturas. Si retrocedemos a aquella época hemos de tener en
cuenta que no había cine ni televisión y que la mayoría de la población era
analfabeta, así que no sabían leer ni escribir, por lo que las representaciones
de teatro debían ser los espectáculos más esperados y degustados para
entretenimiento y deleite de las masas.
El argumento de aquella obra parece no tener mucho
que decirnos en nuestra época actual, tan moderna y sofisticada, época en la
que prima la tecnología y somos y estamos tan dependientes de las máquinas, de
la informática y de los avances científicos. Sin embargo, Hamlet denuncia en
nuestros tiempos tantos problemas como pudieron vivir las gentes de la época
del siglo XVII, con otros decorados, sin duda, pero seguimos intentando
resolver aún controversias y circunstancias que al igual que dijo Hamlet en la
obra “Algo está podrido en Dinamarca” nosotros seguimos pudiendo utilizar esta
frase sustituyéndola por otros nombres y lugares. Así pues seguimos limpiando
capas y capas en nuestra conciencia, como seres humanos, para llegar a conseguir
vivir según altos ideales, y cada vez somos más personas los que aspiramos
manifestarlo en nuestra vida cotidiana.
Sea en representación de teatro o en cine, ya
volviendo a nuestra época actual, y en concreto voy a referirme ahora al mundo
del cine, sin lugar a dudas resulta sumamente agradable asistir a la
representación de Hamlet bajo la dirección de Laurence Olivier, producción inglesa de 1948, y cuyo papel principal
interpreta también el mismo, junto con
actores tales como una jovencísima pero sobresaliente Jean Simmons, Basil
Sydney y otros muchos más. La fotografía, ese juego imaginativo y creativo con
las sombras y luces, en esta película en blanco y negro corrió a cargo de Desmond
Dickinson, y la música la compuso William Walton. Uno debe encontrar ese
momento especial para sentarse y entrar en el mundo de Hamlet dejándose
transportar por la magnífica interpretación de estos actores. Y merece la pena,
escuchar, sentir, palpitar entrando en el pulso particular de la interpretación
conseguida por este magnífico equipo.
Este mes de septiembre se pone directo el planeta
Plutón, y Marte mientras tanto estará transitando por Escorpio, pero sigue
retrógrado Neptuno en su signo, en Piscis, y vamos a reflexionar en la energía
de estos planetas como arquetipos y de qué manera pueden influir en la psique,
en el pensamiento y emociones, y a través de estas vías o canales en el destino
de una persona. Sírvanos Hamlet, un personaje de ficción, para ilustrarlo, tal
vez precisamente por ser tan radical y determinante. Y porque Plutón, que rige
a Escorpio, transita por Capricornio, un signo que está vinculado a las figuras
de poder y autoridad, y porque el eléctrico e impaciente Urano desea cambios
radicales y recorre en estos momentos el signo de fuego de Aries, a veces tan
agresivo y primitivo. Descubramos su significado y veremos de qué manera tan
activa están en nuestras vidas sus energías.
Nos decía Hamlet al empezar la obra:
“¡Oh, si esta demasiado sólida masa de carne pudiera
ablandarse y liquidarse disuelta en lluvia de lágrimas, o el Todopoderoso no
asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh, dios! ¡Oh Dios mío!
¡Cuán fatigado ya de todo juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del
mundo! (…..). Pero hazte pedazos, corazón mío, que mi lengua debe reprimirse.”
Nos encontramos en Hamlet de lleno con Neptuno a
través de estas frases en las que el personaje expresa su deseo de
desintegración y disolución, increpando al cielo, se alza orando, rezando. Es
una frase en la que el personaje nos expresa su dolor y desazón, enfado y
crítica ante los hechos ocurridos, la pérdida de su padre y la actitud de su
madre al desposarse con su cuñado al poco tiempo del fallecimiento del marido.
Neptuno siempre se nos muestra como una energía que
nos induce a la creatividad, a la espiritualidad, a la bondad y a la compasión,
al amor incondicional. Y ello es así cuando la personalidad ha evolucionado y
transmutado, trascendido, emociones y sentimientos profundos, cuando se
consigue sobreponerse a las dudas y confusiones, cuando se consigue salir de la
densa niebla en la que también nos envuelve Neptuno, en esas ocasiones ante críticas
circunstancias.
Nos encontramos en Hamlet enfado, ira y violencia, puesto
que el personaje se identifica con la víctima a quien se la está agraviando, y
además se pone en contacto con el bajo astral -expresión un tanto fea que nos
viene a expresar ese lugar del mundo sutil donde vagan las almas “en pena” con
pensamientos aún mortales, apegados a la materia, a las emociones fuertes y
asolados por el castigo al que sus propios pecados han conducido. El espectro
del padre, su espíritu sufriente, pide por tanto a su hijo que tanto le ama “venganza”,
induciéndole así a hundirse un poco más en un estado lamentable de desolación,
alimentando su rabia y odio.
Se empiezan a mezclar elementos neptunianos y
plutonianos, sin que falte el agresivo Marte (iremos viendo sucesivas muertes
por envenenamiento, por ahogamiento, y al corte de la espada). Se ha de vengar
la vil muerte del padre, pero no de manera directa y rápida, se ha de procurar
torturar al reo, para que el dolor también en ellos se prolongue, sin dar
tiempo al redentor arrepentimiento.
Como vemos igual que Neptuno puede ser un salvador,
un rescatador, y que Plutón puede transmutar y conducirnos a un renacimientos y
renovación, en sus aspectos menos evolucionados influyen en que sigamos
atrapados en pautas negativas, destructivas e involutivas. Mirar un arquetipo,
participar en la acción de un personaje nos puede ayudar por tanto a mirar
dentro, son espejos que van a reflejar una realidad nuestra que, a menudo,
queremos ignorar.
Plutón aporta intensidad, pasión, también obsesión y
tormento. Hamlet tiene esta energía de Plutón que induce a castigar, el otro ha
de comprender el mal que ha hecho, el dolor que ha causado, por lo tanto hay
que elaborar un plan, seguir un proyecto. Y de Neptuno, este último además le
convierte en un mártir, son los otros los que causan aflicción a Hamlet, pero
este personaje se recrea con el sufrimiento, Neptuno nos lleva a pautas
masoquistas tanto como Plutón puede inducir al sadismo, en todo caso hay
ausencia de amor y por tanto resulta muy destructiva la ruta a seguir.
Hamlet consuela a su padre “descansa, descansa,
agitado espíritu”, cuyo espectro le acaba de pedir venganza “(…) prometerás
venganza”. El airado redentor maquina un plan, temeroso plan porque como dice Hamlet
“¿Qué temores debo tener? Yo no estimo la vida en nada”, sus amigos intentaron
apartarle de la “sombra”, pero Hamlet no tiene miedo, el cual a veces nos hace
prudentes, y él les dice “y a mi alma, ¿qué puede él hacerle, siendo como él
mismo cosa inmortal…?”. Si el cuerpo no importa y uno tiene conciencia de su
esencia, si perdemos en contacto con nuestro corazón y sólo vivimos en la
cabeza, en el mundo de las ideas, el camino a la temeridad puede estar abierto,
y Hamlet decide utilizar un medio uraniano, fingir la locura, “afectar un
proceder del todo extravagante”, una locura en la que resalta el ingenio, por
cierto, y será de tortura con aquellos a quien desea impactar y castigar. En su
propósito terminará hiriendo a seres más frágiles, como a la dulce Ofelia a
quien Neptuno le arrebata realmente la cordura y finalmente la conduce a aguas
profundas en busca de perdida corona de flores. Así pues como todos los
extremos, como todo lo que ya no está en el equilibrio, como dice Hamlet “… la naturaleza
está en desorden…”, las consecuencias serán tremendas, lo sabemos por la obra,
aunque os invito a disfrutar viendo la película, porque como dice el personaje “…
¡iniquidad execrable! ¡Oh! ¡Nunca hubiera yo nacido para castigarla”…
Gertrudis, la madre de Hamlet, de quien el personaje opina y nos dice“¡Fragilidad,
tu tienes nombre de mujer!”, termina redimiéndose, otra vez Neptuno aparece en
la obra, al menos ofrece su vida en ello intentando salvar la de su hijo, ¡gran
coraje, fortaleza y valor es necesario para ello! O su propio acto de amor
incondicional le devuelve estas cualidades no cultivadas en su conciencia.
Sin duda alguna, y a pesar de las divagaciones, dudas y confusiones de Hamlet, o precisamente a causa de ellas, William Shakespeare nos induce a la
mesura y al equilibrio con su obra. Como en las tragedias griegas, ocurre que después de ver esta
obra se libera la rabia, el odio, la ira, se produce el desahogo, es el efecto sanador de la
catarsis, pudiendo así discernirse y elegir lo que en realidad en el día debe
hacerse, con sensatez y con calma.
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